Contexto Histórico
Una sociedad en transformación. El surgimiento de la esfera pública en
Santiago de Chile (1840-1880).
A mediados del siglo XIX, Chile comenzó a experimentar
un auge económico basado en dos grandes factores:
los descubrimientos de yacimientos mineros y la expansión
de la producción agrícola. Como sostienen los historiadores
Nazer y Martínez, “la explotación de los minerales
de Arqueros (1825), Chañarcillo (1832) y Tres Puntas (1848);
y el desarrollo de la minería del cobre, con la introducción
del horno de reverbero (1831), dio un prolongado auge a las
exportaciones mineras”. Estos hechos llevaron a que hacia 1850,
Chile fuera el primer productor mundial de cobre, con el
consiguiente impulso a la agricultura en la zona centro y sur, que
debía abastecer a los núcleos de riqueza del Norte Chico.
Los productos agropecuarios (fundamentalmente el trigo)
encontraron además nuevos y considerables mercados en el
extranjero, en especial en California y Australia.
Este desarrollo económico requirió de insumos para la mecanización
de los medios de producción, y así mantener su vigor. De este modo,
Inglaterra fue reemplazando a España como principal socio comercial
de Chile, y muchas de sus casas comerciales iniciaron la instalación
en nuestro país, colaborando en el aumento del capital de empresarios
como José Tomás Urmeneta, Matías Cousiño y Maximiano Errázuriz.
Todo ello condujo a consolidar al capitalismo en el sistema económico
chileno, y así también, a comenzar el capitalismo industrial.
Estos dos fenómenos se expresaron por medio de las crecientes
inversiones.
“Dos factores contribuían principalmente a alimentar esta prosperidad:
la minas de Chañarcillo, entonces en el apogeo de su riqueza, y la agricultura,
cuyos productos alcanzaban precios que nadie se habría atrevido a soñar
algunos años antes [...] La utilidades de los hacendados y de los mineros se
repartían por todo el país [...] se preparaban nuevos campos para el cultivo;
se construían canales de regadío; se iniciaba la explotación de los mantos
carboníferos del sur; la marina mercante había duplicado su tonelaje y se
edificaba en gran escala”.
( Alberto Edwards Vives. El Gobierno de don Manuel Montt. 1851-1861.
Editorial Nascimiento. Santiago 1932, p: 147.)
Toda esta orientación económica encontró el apoyo estatal, en especial
a través de la presidencia de Manuel Montt (1851-1861), quien le otorgó
un sello definitivamente liberal.
Un caso particular fueron las chinganas. Estos centros de esparcimiento
de la clase popular de la capital, donde se podía comer, beber y bailar,
eran, en esos años, uno de los más concurridos por gente acomodada.
María Graham, viajera inglesa de paso por Chile durante esos años,
afirmó que “poco después de comer, el señor de Roos y yo acompañamos
a don Antonio Cotapos y a dos de sus hermanas, al llano, situado al suroeste
de la ciudad, para ver las chinganas o entretenimientos del bajo pueblo”.
Una vez en el lugar, vio que “por el llano pululaban paseantes a pie, a caballo,
en calesas y carretas; y auque la aristocracia prefiere la Alameda, no deja de
concurrir también a las chinganas”.32
La situación varió durante las décadas siguientes. No sólo se desarrolló una
mayor segregación territorial, sino también se produjo también la consolidación
de la prensa moderna y un consecuente crecimiento de la esfera pública;
es decir, la capacidad gradual de que los grupos más elevados de la población
polemizaran en torno a diferentes aspectos de la sociedad chilena.
Con una activa participación estatal, sólida gracias a los onerosos ingresos de
una economía en auge, esta situación se manifestó sobre todo en tres hechos: la
contratación de científicos e intelectuales extranjeros, el aumento de la educación
pública y el “movimiento cultural de 1842”.
En efecto, fue durante esos años que se establecieron en Chile intelectuales
relevantes como Rodolfo Philippi, Claudio Gay, Domeyko, Petit y otros,
que impulsaron la investigación de los recursos naturales y de la enseñanza.
Por su parte, los artistas dan una contribución al arte; entre ellos se puede
mencionar a Rugendas, Monvoisin, Cicarelli, Kirchbach y Mochi.
Surgieron de este modo en Santiago, en 1843, la Escuela Normal de
Preceptores, a cargo del argentino Domingo Faustino Sarmiento; y en 1849,
la Escuela de Bellas Artes, organizada por Alessandro Cicarelli, pintor italiano;
la Escuela de Arquitectura, con la dirección de Francois Brunet de Baines,
cuya labor decisiva en el nuevo rostro de la capital fue continuada por Luciano
Henault; y la Escuela de Artes y Oficios, bajo el mandato del también francés
Jules Jariez. Un año después se fundó el Conservatorio Nacional de Música.33
Como se aprecia, todas estas entidades permitieron la llegada
de variados intelectuales y artistas extranjeros y marcaron el inicio
de una educación artística más colectiva.
Así, mientras los científicos contratados por el Estado se dedicaban
a investigar sobre la realidad de los insumos nacionales, los pintores
y artistas trabajaban fundamentalmente para la elite, el único sector
social que podía costear sus obras. Considerando todos los elementos
antes analizados, no resulta aventurado situar el surgimiento del espacio
público moderno en Santiago a mediados del siglo XIX.
Es necesario recordar que en el Antiguo Régimen o mundo colonial la
libertad era comprendida como la participación activa en la vida de la
ciudad “una libertad colectiva compatible con la sujeción completa del
individuo a la autoridad del conjunto y con la intervención de las
autoridades en la vida privada”.50 En los países modernos se fue
conquistando paulatinamente la independencia y autonomía del
individuo y el respeto de sus derechos, fueran estos relativos a su opinión,
su trabajo, de reunión, de su vida privada, etc. “La participación en la vida
pública es, en relación con estas libertades, secundaria,
puesto que no solo no es obligatoria, sino que se limita además a ciertos
momentos o actividades: a las elecciones o a la formación de la opinión
pública”.
Con el tiempo, el ámbito de lo privado se amplió considerablemente pues
éste incluyó, además de la vida familiar, la economía, la religión, la diversión
y el ocio, campos todos que debían quedar fuera de la intervención de las
autoridades. Un autor ha sido claro al respecto: “En toda esta reflexión están
claramente expresadas las características esenciales de la versión liberal de
nuestra modernidad: la primacía del individuo y de los derechos individuales,
la distinción de las esferas pública y privada, el carácter limitado, y voluntario
de la participación política en los regímenes representativos”
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